sábado, 21 de mayo de 2016

274, la guagua entre Miami y La Habana

 
En la foto, el autor de "274", Andrés Pi Andreu, y Verónica Cervera, autora del libro "La cocina cubana de Vero".


Este último viernes se presentó la excelente novela "274", de mi amigo Andres Pi Andreu, en Books and Books, de Coral Gables. El libro ha tenido mucho éxito y ahora lo presenta Editorial Panamericana. En la foto, Pi Andreu junto a la activista, bloguera y editora cubana Verónica Cervera. También estuvo el cantautor Vanito Brown “amenizando la actividad”.
El siguiente texto sirvió de presentación. Agradezco a Pi Andreu la oportunidad de leerlo allí.


Por Jorge Ignacio Pérez


Luego de dar vueltas por el mundo, el mundo que le tocó a uno y no el que uno escogió, leer 274 viene a ser algo así como la confirmación de que el trabajo mental que nos correspondía a los exiliados lo hicimos bien.

La palabra es precisa. No quiero discusión.

Exilio y más exilio. ¿Son cuatro o cinco las generaciones afectadas?

Pero bueno, más allá del “detalle” de lo que significa ser exiliado, aquí hay una o miles de historias personales narradas desde la perspectiva de un adolescente que se cuestiona todo a su alrededor, muy probablemente un  recurso utilizado como pretexto de todo un pueblo, porque este libro, aunque parezca intimista y familiar, es coral.

Conociendo a su autor, uno se da cuenta de que 274 no podía haber sido escrito sin humor, ¿o sería más exacto decir “sin jodedera”? Ah, pero ese lado tal vez se lo perderán los no cubanos. Es posible que los no cubanos investiguen ciertas frases en pos de una segunda lectura, de una lectura paralela.

Entonces volverán a leerlo, porque la primera vez tiene que ser de arriba abajo. La historia del Telencio y su madre Valentina, y su padre que quedó del “otro lado del charco”, y su psicólogo personal, y sus recuerdos de La Habana, está hilada con frases irreverentes, como si el autor volviera a los días de aquella magnífica novela de la adolescencia, El guardián en el centeno, pero enmarcada en la tragedia cubana.

Como la tragedia continúa y se puede tocar con las manos, a Andrés Pi Andreu, descendiente de catalanes, no le han hecho falta demasiadas páginas. Si uno quiere continuar leyendo solo tiene que pensar en la historia de Telencio y su madre Valentina y su padre que quedó del otro lado. O pasar por la estantería donde está el libro y echarle un vistazo a la portada, del magnífico ilustrador Carlos Manuel Díaz para la Editorial Panamericana.

Ese Studebaker imaginario que pasea por las nubes con toda tranquilidad, llevando a  los tres, es la historia de cada uno de nosotros que, no estaría de más recordarlo, sigue inconclusa.

Si cierro los ojos y pienso en mi padre –fallecido en La Habana todavía joven y lejos de mí- no veo otra escena que la de los dos en su balcón del Vedado, un domingo, en el sexto piso, frente al Malecón, fijándonos en la calle Calzada para contabilizar los carros americanos, con su modelo y año.

Así aprendí las marcas de autos y tal vez, por ese motivo, cuando llegué a los Estados Unidos, luego dar vueltas por el mundo, como dije arriba, me compré un Dodge de segunda mano, que luego dejé en un dealer, pero el homenaje estaba hecho.

Ahora Pi Andreu me recuerda “al viejo” y por oficio y por amistad he vuelto al balcón del Vedado. Está claro que el viaje no tiene necesariamente que ser a una cuartería de Marianao, ni de Lawton, ni de Unión de Reyes. Esta noveleta camuflada como “literatura juvenil” es un libro de firmas, donde estamos todos y donde caben más. Si alguien quiere pensar que se trata de un libro de condolencias, estaría en todo su derecho.

Pero como quien escribe esta reseña ha visitado la casa del autor y jugado con su perro Cuba (¡vaya nombrecito que le pusieron!), no le queda otra que reírse. La vida en Miami es infinitamente mejor que la de esa isla, por mucho que el personaje central, Telencio, se pase el tiempo extrapolando y echando de menos sus amigos del barrio y sus juegos en la calle.

Una cosa es la literatura y otra la realidad. Tal vez por eso el autor ha creado un personaje que representa los tropiezos de la vida y que ese personaje sea un psicólogo (yo sigo escribiéndolo con p), un psicólogo  -con todo respeto a la profesión- que no paliará la nostalgia y mucho menos será capaz de traer a un padre desde la otra orilla.

Dicen que este libro se lee en Cuba, y yo me lo creo. Entronca perfectamente con la nueva era, con este momento que nos obliga a pensar si en lo adelante nos pondremos en manos de los políticos. Pero sobre todo, y aunque parezca muy local, este libro nos obliga a reconocer, de una puñetera vez, que no somos el ombligo del mundo. Si alguien aquí sabe por qué, para presentarlo, escogieron un 20 de mayo, que me lo diga.

Gracias, entonces, a Pi Andreu, por caminar sobre el filo de la navaja sin perder el equilibrio. Gracias por el buen humor.



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